Por: Senén Suárez Hernández
Contaba con 19 años y me encontraba enrolado en el cuarteto de Luisito Pla, pero las actividades eran escasas y yo conocía que el conjunto de Arsenio Rodríguez iba a actuar en el Centro Asturiano de La Habana, alternando con la orquesta de Arcaño y sus Maravillas.
Estaba tan interesado en escuchar aquel grupo que llegue casi antes que abrieran el salón de baile.
El Centro Asturiano estaba situado frente al Parque Central de La Habana, su directiva era muy racista y en esa ocasión, al visitar el lugar con unas amigas, a una de las muchachas no la dejaron entrar pues era una mulatita clara, y tuvo que esperar hasta que terminara el baile sentada en un banco del parque Central.
Yo llevaba la mente fija en escuchar al gran sonero y verlo actuar en un salón tan espacioso y distinguido. Cuando comenzó el baile yo me encontraba parado frente por frente a la tarima de las dos agrupaciones y no salía de mi asombro viendo y escuchando aquel tres resonando en aquel recinto pletórico de bulla y alboroto.
El ciego con sus dedos regordos y su cuerpo rozando la obesidad, se movía con una agilidad inconcebible. Arsenio tan pronto mostraba virtuosa rapidez como se extasiaba en sus famosos tumbaos, siempre atento al sonido de su agrupación.
El público bailador disfrutaba de lo lindo con aquel genio y su tres pegado a la barbilla y concentrado al máximo en su genial dirección.
El Centro Asturiano nunca se vio más reluciente ni más brillante como aquella noche con las dos agrupaciones más famosas de nuestro país.
Nadie pensó que aquel momento sería memorable para la música más autóctona de Cuba, ni que jamás se volverían a encontrar en vivo dos agrupaciones tan colosales como las mencionadas.
Pero el tiempo pasó y a mediados de la década del cincuenta pude tener frente a mí en los portales de la emisora radial Radio Progreso, al que fuera mi inspiración en la música cubana con el que sostuve un diálogo imborrable en mi carrera musical.
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